viernes, 8 de mayo de 2009

Cielorraso

1. Cielorraso

Es azul. Eso es lo que veo. Una gran cinta azul adornada de pequeños lazos de color plateado. Doy la vuelta, hacia la ventana. Solo rejas.
Me despierto del sueño, aun dormida, me levanto descalza sobre el suelo y elevo la cabeza y contemplo el cielo.
Tan solo una ilusión, tan solo un sueño. De donde escapar, si las ventas no se abren y las puertas no existen.
Me siento en ese lugar donde solo existen este piso, las cuatro paredes, y el alto cielorraso. Y solo lloro un poco.
- ¡Oye! - oigo un susurro - ¡Tú! ¡Oye! - dice algo más fuerte.
- ¿Quién es? - pregunto con mi voz temblorosa - ¿Quién eres? - y la elevo un poco más.
- Soy alguien -
- ¿Alguien? ¿Qué nombre es ese? - pregunte dudando de que fuera una buena respuesta.
- Ah, ¿con que quieres saber mi nombre? - exclamo con voz grave- y por cierto es de mala educación responder con una duda- me reprochó.
- ¡No lo es! - respondí haciendo pucheros.
- ¡Para mí, si! - replicó- Mi nombre es Nube.
- ¿Nube? - pedí explicaciones - ¿Te llamas Nube? ¿Realmente?
Con un aspecto muy enojado me respondió:
- ¿Acaso eres sorda? Sí, me llamo Nube -
A toda esta situación, me levanté del suelo y de encima de mi cama tome un abrigo gris. Cuando me hablo intente localizarlo, y su voz me guió hacia la ventana.
- ¿Dónde estas? - lo busqué.
- Debajo de tu nariz, sorda -
Mire hacia abajo y vi una paloma blanca y gris, no muy grande, ni tampoco muy pequeña.
- No me llamo sorda - le dije.
- ¿Y cual es tu nombre? - me respondió.
- No tengo nombre – le conteste acongojada – Aquí nadie me llama, la comida solo aparece, pero nadie la trae.
La avecilla, algo turbada se disculpo.
- Perdona, no sabia eso – y bajo la cabecita.
- Esta bien – dije para no preocuparla - ¿quieres comer algo?
Su ávida mirada se levanto del marco de la ventana y me escudriño
- Si… tengo hambre.
Todos los días que siguieron, Nube seguía viniendo a visitarme, y me contaba de sus viajes. Aparentemente se había tenido que quedar en esa zona por la cercanía del invierno. Había llegado tarde para irse y necesitaba un logar donde vivir a salvo del frío.
Una tarde se quedo mirándome fijo.
- Tus ojos parecen el cielo – dijo felizmente - ¿Cómo dices que no conoces el cielo de verdad, si tienes uno muy parecido en tus ojos?
- No puedo verme los ojos – le conteste – No sabia cual era su color.
Nube voló a las celosías y se posó en la cabecera de mi cama, luego miro al techo.
- Tienen el color del cielorraso. Podrías llamarte así.
- ¿Así como? – Inquirí.
- Cielorraso – respondió.

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