miércoles, 5 de mayo de 2010

Copos de Azúcar

Caía el sol del mediodía sobre las ventanas de la escuela. Los niños corrían entre los pilares de los pasillos inferiores, mientras los mayores se juntaban en grupitos a conversar entre ellos en los pisos más altos.
Algunos esperaba a los transportistas, otros a sus padres, y solo los chicos de 5to y 6to grado volvían a sus hogares caminando junto con sus hermanos menores. De entre toda esa gente, una niña esperaba pacientemente la llegada de su madre, preguntando a todo aquel que pudiera y se animara:
“¿Qué hora es?”
Tímida, estaba recostada contra las paredes exteriores del colegio, debajo de la esquina de la gigante escalera de caracol que sobresalía como una columna de la misma. Sabía que su uniforme se estaba ensuciando, pero no le parecía importar mucho. Así su madre repararía más en ella.
Vestía camisa blanca y un moño bordo, con una falda escocesa en tonos cafés, zapatos negros y cancanes a tono. Odiaba ese uniforme, pero definitivamente era mejor que el antiguo vestido azul que había usado en los últimos años.
Mientras las horas pasaban, los demás se iban. Sus madres o padres los buscaban, los saludaban y los llevaban hasta sus lujosos autos, donde parecía que se la pasaban mucho mejor que ella. Solía volver acompañada de su madre a pie hasta su hogar, cargando las bolsas que ella le daba, mientras la escuchaba quejarse de todas las cosas malas de ser maestra.
Ella solo hacia silencio, y a veces decía algo como: “Si” o “No”, dependiendo de lo que hablara.
No le gustaba hablar, sentía que era inútil por ese entonces, porque nada de lo que decía cambiaba nada. Por eso prefería estarse callada.
Pero a ella le gustaba leer, así que se sentaba debajo de las escaleras para terminar el libro que su madre había sacado de la biblioteca para ella.
Todos los días pasaba lo mismo, horas de espera, el regreso a casa; hasta la llegada del hombre de los copos de azúcar.
Nunca recordaba su nombre, pero solo le importaba que se tratara de un adulto que realmente le gustaba mucho. Gestos amables, sonrisa amplia, siempre dispuesto a hacer algo por ella.
“Hola” saluda ella después de mucho pensarlo
“Hola, nena, ¿Cómo estas?” responde el, mientras mira atento a la maquina de copos de azúcar en plena labor.
Ella responde un simple bien. Pero no se atreve a preguntarle lo que quería saber. "¿Cómo se hace la azúcar rosa?" "¿Como haces para que se parezca al algodón?" Dudas infantiles, pura curiosidad. Pero no se anima
Por la siguiente semana, ella continúa acercándose mas a el, comienza a atreverse lentamente a conversar. Superando un poco su excesiva timidez, descubre que a aquel hombre su compañía le agrada, ya que hace que su tarea sea más llevadera mientras ambos comparten las cosas que les pasan.
Inclusive el a veces se queda mas tiempo para estar con ella.
Un día, luego de pensarlo mucho en clases, decide preguntarle.
Ansiosa espera la hora de salida esa mañana, pero el hombre no esta ahí. No volvió a verlo hasta que paso una semana.
Luego de varios dias de ausencia. Ella pregunta porque.
El le responde problemas personales,
Ella no vuelve a preguntar, hace silencio. Entonces se le ilumina la cabeza. Su duda...
“¿Cómo hace eso?” pregunto con curiosidad, sin animarse a tratarlo de tu.
“Es fácil, mirá” el hombre toma otra varilla de caña y se la enseña, prende la maquina, coloca la azúcar y comienza a hacer girar el artilugio principal. Las pequeñas partículas rosas saltan por todas partes, mientras el copero contornea suavemente la forma de un esponjoso copo que se parece mucho al algodón.
Luego de terminar, se da cuenta de la carita de admiración de la nena, quien se ha quedado en silencio esperando.
Nota que sus ojos están hambrientos, que son las 2 de la tarde y ella aparentemente no comió nada todavía
“¿Lo querés?” dice mientras se agacha a su altura y coloca el copo ante su carita.
La nena mira el copo, y luego al hombre. No sabe si aceptar o no el favor que le esta dando, apenas conociéndola de algunos días.
“Si” extiende su manecita temblorosa y toma el copo.
El hombre le acaricia la cabeza.
“Que lo disfrutes, Flor”.

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