jueves, 24 de junio de 2010

El bar de los ‘80


El bar de los ‘80

Era una mañana fría de otoño, hacia ya varios días que estábamos enojados. Pero parecía que sin importar cuantas cosas malas sucedieran nosotros permanecíamos juntos.
Nos vimos obligados a acercarnos por causa del viento helado, y antes de poder darme cuenta, el me había tomado la mano. Su calidez me invadió por un instante y se desvaneció poco a poco a medida que los autos se deslizaban sobre el asfalto. Yo volaba en las nubes como de costumbre. Caminamos por un rato largo sin saber bien que hacer o a donde ir.
Ninguno abrió la boca, nadie dijo nada, y sentí una grieta que se abría de manera monstruosa entre los dos. Yo odiaba eso, no me gustaba estar lejos de el estando tan cerca. Un transeúnte que corría para alcanzar un colectivo, y atravesó la vereda por entre los dos, no nos permitió seguir con las manos entrelazadas.
Ambos quedamos inmóviles, mientras la gente caminaba alrededor nuestro a cumplir con sus respectivos trabajos. Comenzó a caer una débil llovizna, y lo mire con dudas, preguntándole si pensaba guarecerse. El no me miraba a mí, veía el cielo. Esa grieta que sentí en un principio se transformo en un abismo, y en un intento de recuperarlo lo abracé.
Sacudido por mi impulso, cambio el cielo por mis ojos, me acaricio la cabeza y me sonrió como siempre. Lentamente me separo de el y tomo mi mano de nuevo. Yo sabía lo que me quiso decir. El me dijo “Te extrañaba,”.
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Sonreí, y lo mire con ternura. El bebía su taza de café caliente doble en esa mañana tan fría de otoño. Habíamos encontrado un bar que nos agradó bastante, porque era acogedor y abrigado, pese a las paredes de cristal que poseía. Colgados de las paredes, se veían propagandas viejas de marcas conocidas, y fotos de automóviles clásicos que seguramente tenia mas años que el hombre que nos había servido en ese día.
Como no teníamos demasiado dinero, ni demasiada hambre; y yo había comido algunas galletitas antes de salir, pedimos tan solo un café y un submarino. Yo detesto el café, pero amo el chocolate. Eso es algo que siempre le repito, porque cuando pedimos algo de tomar yo contesto con la misma frase: “No me gusta el café”.

Luego de que entráramos, empezaron a sonar temas viejos de rock nacional que solo el conocía. En realidad la que no sabía nada de rock nacional era yo. Yo le preguntaba por el nombre de la canción, el artista, de que año era, y el siempre sabia que responder. Y eso no me molestaba, me agradaba que supiera mas que yo, algo de el seguramente aprendería.
No tardo en darse cuanta de que lo observaba con curiosidad infantil, y me arrojo una señal inconfundible de que se había dado cuenta de que estaba allí, un pequeño resoplido alcanzo para apartar mis ojos de el, y concentrarme en mi submarino.
Tome la copa con las manos heladas, y disperse el calor del chocolate hirviendo para no quemarme los labios al beberlo. Bebí un sorbo que me devolvió la sensación de poder moverme. Aquella que había perdido mientras caminábamos de la mano por la ciudad.
No supe por que, pero ese día lo sentí mas cerca mío que antes. Seguro era por que el frío nos había prácticamente obligado a juntarnos mas, o porque simplemente no queríamos estar lejos del otro.

Rodeada de esos pensamientos, seguí tomando mi chocolate con tranquilidad, por que me hallaba tan cómoda que no tenia ganas de levantarme de ahí. Continúe recorriendo el lugar con mis ojos, tratando de no perder detalle de ese día. Y cuando termine mi submarino, lo miré de nuevo, como preguntando si estaba bien. El no es de interpretar bien esas señales, así que me vi obligada a preguntarle con palabras. Contesto con un seco si, y esta vez fue el quien se quedo perdido entre las paredes del bar. Con disimulo, estire mi mano sobre la mesa doble que compartíamos enfrentados, y con la cabeza gacha, volví a estrechar sus manos, dispuestas al costado de su café.
El no me dijo nada, ni me miro, ni me dio ninguna señal más allá de un gruñido, que yo bien sabia que significaba “gracias”.
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El sol se asomaba, mientras llenaba de luz la cuadra. La 27 de Abril volvía a nacer después de muchas horas de haber suspendido sus funciones, los colectivos circulaban llenos hasta el tope, y yo me regocijaba pensando en que no tenia que usar el transporte publico tan temprano. Los autos pasaban rápidamente por la ventana, y el estacionamiento de al lado comenzaba a llenarse con los vehículos de siempre.

Las tazas estaban vacías desde hacía un buen rato, pero ninguno de los dos dio indicios de querer levantarse de la mesa. El bar comenzaba a llenarse, la gente pasaba por al lado nuestro, y nosotros parecíamos mas bien una estampa de otro lugar. Ninguno estaba donde debería. Mi mochila echada a un costado junto con la bolsa de los libros me delataba. Pero si alguien me miraba aparte de el no me preocupaba, y si escuchaba algún comentario simplemente callaba. Bajaba la cabeza.

Apenas habían pasado media hora, pero yo sentía que los minutos eran horas. Quizá por los nervios de saber que lo que se hace esta mal, o porque tenia miedo del castigo si me descubrían. Mi cabeza facturaba miles de cosas al mismo tiempo, sin dejarme tranquila un segundo. Creo que estaba asustada. Porque había venido a pedirle perdón por lo que había pasado y el no me había dicho nada todavía.
Reconocí con el mi error, me disculpe sinceramente, pero no pude asegurarle que podía mantener mi promesa en pie. Eso se que fue lo que le molesto. Seguramente fue eso. ¿Quién me manda a ser tan sincera? Me podría haber aguantado un poco. Pero habiendo arriesgado tanto para llegar hasta el, el conseguir la plata para irme, montar todo un escenario propicio para eso. Me había esforzado realmente y no quería irme mas enojada conmigo y todavía peleada con el. Tan concentrada estaba pensando en todo esto que no me di cuenta que el se levantaba de la mesa y le indicaba al mozo que quería la cuenta.

Ambos seguíamos callados. Y yo seguía esperando, ya mas desilusionada que el me dijera algo mas que gruñidos.
Saco su billetera, y puso la plata de su café y mi submarino... yo saque la plata que había conseguido e insistí en ayudarlo a pagar. El me rechazó con un movimiento de su mano. Lo que yo predije fue lo que vino después.
Me tomó la mano y me hablo por primera vez en toda la mañana, mientras me indicaba que guardara el dinero:
-“por venir”-


Alejandra Collado

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