miércoles, 16 de junio de 2010

Encuentro: el desenlace final

4. Encuentro: Atestada de sucesos
(9 de Junio)

Hoy llueve y no parece que pueda salir afuera. Sentada sobre la amplia cama, una niña de camisón azul espera que amaine la lluvia.
Se aburre de mirar la ventana y toma el libro que descansa a su lado. Nunca le llamó la atención, pero no tiene ganas de nada, el sol no esta para hacerla sonreír. La joven princesa suspira, ahora que nadie la ve.
El cuarto es enorme, con techos altos y sillones tapizados de seda color rosa, pese a que ella ame el azul y el blanco, los colores del cielorraso. Las paredes están exageradamente ornamentadas con querubines dorados que como guardianes la observan siempre. Naturalmente, La joven princesa prefiere los pájaros y los perros a esos feos ángeles.
La ventana que tanto captaba su atención era en realidad una puerta transparente que daba paso al balcón. Puede que ella quisiese uno más lindo y cómodo, y no ese balcón gris donde no había ningún lugar para sentarse, pero no es que la dejaran salir a ver el jardín; además de que rara vez estaba abierta.
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Ya se había adormilado entre los almohadones, cuando el mayordomo irrumpió en su habitación.
Balbuceaba cosas sobre era día esperado, acerca de llegar tarde, que pensará la corte, que debería estar limpio y no lo estaba, que no podía perder el tiempo durmiendo...
A su paso, la institutriz sin siquiera tocar antes de pasar, la trató de desvestir. La joven princesa se opuso con un chillido y una mirada salvaje. El mayordomo despotricó sobre sus malos modales y su “poca educación”, mientras la sirvienta decía que ella jamás le había enseñado eso.
Harta de sus caras enojadas, les dejó que la reprocharan una y otra vez. Mientras, se quitó el camisón y echó al mayordomo de su cuarto, esquivando a la institutriz con la ayuda de algunos gruñidos e intentos de morderle los dedos.
Se colocó solo dos enaguas, y de las livianas que le habían dicho que no usara, pero que ella consideraba más cómodas. Al final, luego de ponerse la camiseta, pegó un silbido estridente y un cachorro de color canela salió de su lugar enfrente de la chimenea. Ladrando alegremente, echó de la habitación a la última intrusa que quedaba, y se volvió hacia su ama reclamando caricias.
Ella se sentó a su lado y le dedicó unos mimos, para luego continuar vistiéndose. Echó una ojeada a vestido blanco que le tocaba usar ese día.
Ese sería su día, y la tiara que le había regalado su prometido descansaba sobre el tocador. Sus enaguas y todas las demás prendas que debía ponerse eran blancas como la nieve. Era tradición de su dinastía que las jóvenes al comenzar su ciclo, edad en la cual pueden ya casarse, usaran ropajes blancos en ceremonias. Pero esa vez no sería cualquier ceremonia. Se trataba de un compromiso con otro reino.
Apartó su mirada de la tirara pero la dirigió al reloj. Al contemplarlo, comprendió que no había mucho tiempo. Se escabulló por los pasillos hasta el ascensor de la servidumbre, al cual se trepó, lanzándose hasta la cocina.
Asombrosamente no había mucha gente, si no tan solo el cocinero en jefe, algunos ayudantes y su adorada nana dando instrucciones a los nuevos mozos sobre el desarrollo de la ceremonia y la comida.
La joven princesa le tiró de la pollera, como cada vez que rompía algo, y con ojos suplicantes le señaló su cabello largo, negro y trenzado, que caía desprolijamente por su diminuta espalda.
La niña clavó sus grandes ojos azules en la mirada castaña de su nana. Eran sus miradas transparentes para la una y la otra. Preocupación en la mujer y ruego en la pequeña, quien se limitó a pedirle que la peinara, pese a que su deseo no era el mismo.
Para ella como había sido antes era mejor. Pero esos días no volverían.
La nada dio algunas indicaciones más, se despidió de los sirvientes y tomó suavemente la mano de La joven princesa.
Subiendo las escaleras, todos los que pasan la reverencian. Pero cuando ella clava su mirada azul en sus ojos, ellos desvían la vista. Tienen miedo de ver el cielo.
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La nana la sienta frente a su tocador, todavía mas cargado de horribles querubines y adornos inútiles, delicados y para colmo, costosos.
El cepillo se desliza sobre su cabello, y la nana va dando forma a un peinado simple pero bello. Luego coloca algunas flores blancas para completar el tocado. Pero deja la tiara de la pequeña en una esquina de la mesada. No es su deseo condenarla a esto que la obligan a hacer.
La joven princesa busca su vestido, y mientras se lo pone nota que es muy pesado. Siente como le cuesta caminar con el puesto, pero entiende que es el peso que le toca por su condición. Resignarse es una de las cosas que aprendió con el tiempo. Se calza sus zapatos de raso.
Nuevamente mira a la ventana.
La lluvia no cesa, pero el cielo esta cortado por algunas partes. De igual forma lo que ella espera solo llegará con el sol.
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La institutriz la zarandea, la arrastra bruscamente de la mano hasta la base de las escaleras, despotrica de nuevo, pero ella no esta prestándole atención, solo piensa en nubes y en su viejo nombre, que tanto extraña.
La mujer le coloca la tiara y le dice que es un nuevo comienzo. Luego la lanza sobre las escaleras.
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Con paso firme la joven princesa y futura reina, bajó las escaleras. El hermoso vestido blanco ornamentado con piezas de oro, acompañado por las ricas joyas que lucia en su cuello; le daban el irreal aspecto de una muñeca de porcelana. Pero sus ojos revelaban que su mente pertenecía a otro mundo que no era el nuestro.
Su futuro marido, la esperaba a los pies de la escalera. Era un muchacho que apenas si tenia 20, y que se veía asustado. La joven princesa le dedicó una sonrisa reconfortante y el cobró algo más de valor. El le tomó las manos con suavidad, y la guió hasta el altar.
La ceremonia se desarrolló en el marco previsto y todo salió como esperaban. Mientras que a la salida de la catedral el sol brillaba para la joven reina.
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Mientras caminaban, una paloma gris se posó sobre el techo de la carroza que los esperaba. Y al pasar la reina, una flor azul diminuta cayó sobre su vestido, acompañado de un suave murmullo.
- Felicidades, Cielorraso -

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