jueves, 17 de diciembre de 2009

¡Dije que NO me Importa!

(12 de Octubre de 2009)

Lo sabía porque me lo habías dicho, pero no entendí la magnitud de tus palabras. Pensé que no había nada peor comparado con todo lo sucedido y eso fue un error.
En el momento dije que no me importaba cuanto hubieras cambiado mientras estabas lejos, porque sinceramente sentía lo mismo que desde hacía tantos años. No se cruzó por mi cabeza la idea de dejarte escapar de nuevo.
Pensé que todo lo malo ya había pasado, realmente no me interesó.

Buscaba la vuelta a cada una de tus palabras, y mis preguntas llovían incansablemente sobre ti. Tus drásticas respuestas solo me llevaban a intentar interpretar una pieza que parecía creada por un histérico artista contemporáneo.
No quería oír ese “Sí, pero No” que desvanecería las esperanzas. Sería como decir que las había albergado inútilmente en mi corazón y que con solo tres palabras ya no tendrían porque existir.

Pero verte sólo me entristeció.
Te seguí porque sabía perfectamente que te pondrías en evidencia, y la curiosidad mató la prudencia a cada paso que hacía tras de ti.

Las cuadras hasta la parada del colectivo se hacían eternas, mientras una luz rojiza que solo duró un instante me anunciaba que mis sospechas estaban bien afirmadas. Nunca habría pensado que de los mismos labios que sabían acallar los míos con sus palabras, dejarían escapar ese hálito venenoso.
El humo se elevó en el cielo y sus ojos sin querer encontraron mi silueta en medio de la oscuridad.

El cigarrillo que sostenía descendió lentamente hasta encontrarse con una columna de la casilla, para luego caer al suelo con un golpe suave. Su mirada me dijo que caminara hacia el, pese a que mis ganas estaban dirigidas a salir corriendo de esa plaza a cualquier otro sitio donde la verdad no doliera.
Intentó abrazarme y me zafé de sus manos con cierto desdén.

Pero no lo soporté. Al instante siguiente me encontré envuelta en su campera de cuero gastado y su voz que susurrante me pedía que lo aceptara de todas maneras, diciéndome que era una tonta por estar allí.
El esperó temiendo recibir una negativa. Respondí con silencio.
Me liberé de el y caminé hasta la esquina de esa cuadra escuchándolo hablar a la nada.
“¿Me vas a aceptar pese a todo?” repetía su voz. No soportaba escucharlo, quería salir corriendo.
Una vez en la esquina, eché a correr lo más rápido que pude hacia mi casa.
Lloraba de nuevo, pese a que lo sabía.
El teléfono se agitó en mi bolsillo, mientras mis dedos temblorosos lo buscaban. Tanteé el volumen, y leí quien me llamaba. Sabía que era el. Atendí y contesté con frialdad. Luego de colgar, regresé a mi casa y me tiré en la cama pensando en si realmente podría aceptar todo eso.

El teléfono vibró de nuevo, y un mensaje cayó sobre mí como un balde de agua fría:
“¿Vas a aceptar mis cambios, mis cosas malas? ¿Podes hacerlo?”

En la madrugada cuando me fui a dormir, mandé un mensaje sin dudar de su contenido, aunque ahora no recuerdo exactamente que puse.
“Te quiero igual, lo voy a aceptar. No me importa.”

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