jueves, 17 de diciembre de 2009

Siempre perdonada

(24 de Agosto de 2009)

A lo largo de mi vida, he cometido muchos errores, pero lo que mas me desagrada es ver que esos errores consisten en lastimar a los que me aman y yo amo.
Por eso es que siempre me perdonan, sin importa la gravedad de mi falta, y pese a que siempre prometo hacer las cosas bien, no lo consigo.
Parezco destinada a aprender de mis faltas, todas aquellas que sea capaz de cometer.
Hoy aquí escribo sobre la peor de todas las que cometí…

En ese momento tenia tanto miedo a que me lastimara, que solo atine a evitar ser atrapada y huir lejos. Corrí por muchos minutos hasta quedar exhausta, y termine por caer al suelo luego de tropezar con una rama. Me había lastimado la pierna y me dolía mucho moverla, así que, arrastrándome, conseguí llegar hasta detrás de un árbol.

Tome una larga y profunda bocanada de aire, y trate de hacer el calculo mental de cuan lejos estaba de ese hombre. Suspire al darme cuenta que le tomaría algún tiempo encontrarme en la profundidad del bosque.

Apreté sobre mi pecho el arma que le había arrebatado a mi perseguidor, cuyo aspecto lo hacia ser mas atemorizante. Tenía una estatura que superaba el metro ochenta, ojos pequeños y negros, y una boca que esbozaba una sádica sonrisa que era capaz de helarme la sangre en las venas.

El recuerdo de su espantosa visión me estremeció de pies a cabeza, y trate de disiparlo lo más que pude. Aun así, no conté con demasiado tiempo más, por que ya era capaz de oír bastante cerca unos pasos pesados sobre la hojarasca.

Decidí avanzar un trecho más, para no dejar que se acercara a mí, ni darle oportunidad para que me atrapara.
Unos segundos expectantes después, deje de escucharlo caminando, y supuse que había dado la vuelta dado que no me había visto por la zona. Suspire una vez mas y sentí sus enormes manos sobre mi, tomándome por sorpresa.

Desesperada, trate se zafarme, pero el me lanzo a un costado con tanta intensidad que no pude mover mi cuerpo entumecido.
- Con que esta es la jovencita con la que me ordenaron terminar – dijo con voz áspera – Tú tienes algo que es mío.
Me arrebato el arma de las manos y me dio una patada en las costillas, que me arranco lagrimas de los ojos.

- ¿Te duele? – Exclamó burlonamente – Te lo mereces por todas las cosas que has hecho, a la ingratitud se la paga con castigos. Es casi como expiar nuestros pecados. – Dijo prendiendo un cigarrillo...
Su boca formo lentamente una mueca de desprecio, con una expresión que realmente me hizo dejar de pensar en pedirle que me dejara ir. Pero aun así, mi temor de perder la vida fue más fuerte.

- ¡Déjame ir, te lo suplico! – Grite llorando - ¡Yo no tenia intención de hacer nada contra quien te mando a hacer todo esto!
Como respuesta recibí un golpe más fuerte que el anterior en el mismo lugar. Y acto seguido me atrapo por el cabello y comenzó a arrastrarme hacia la casa. Mis ojos derramaban lágrimas a torrentes, y gritaba constantemente pidiendo auxilio con la esperanza que me escuchara alguien.

Pero nadie respondió el llamado, o por lo menos en ese momento no lo sabía.
Atravesamos el umbral, y un eco sordo de metal se escucho en el aire.
El hombre se desplomo en el suelo, y antes de desmayarme alcance a ver su sombra.
Luego no recuerdo nada más.

Desperté en una camilla adentro de una ambulancia, y contemple a mi alrededor con los ojos perdidos. Un hombre de uniforme azul me tendió algo para abrigarme, y me invito a sentarme en la acera de la casa. Asentí algo trastornada, pero solamente permanecí en silencio, sin saber como empezar. Entonces la oscuridad empezó a cubrir el cielo.

A la noche, abrigada la cobija que el policía amablemente me había dado, el dueño de la sombra llego hasta mí. Me miro con cara de decepción, y atino a comenzar una charla que, según predije, no terminaría bien:
-¿Estas mejor?
-Si, pero… ¿Cómo llegaste a tiempo? Por poco me mata.
-Te escuche mientras venia a visitarte.
-Creí que no querías verme más…
-¡Sabes que te amo demasiado, y que no soy capaz de dejarte atrás!
-¡Pues deberías aprender!
El silencio reino entre los dos, y quise dar el remate final a la discusión:
-Gracias por salvarme la vida.
-Lastima que fue a costa de otra.

Acto seguido se fue junto con otros dos hombres más de azul. Supuse que iban a tomarle alguna declaración, y trate de no pensar demasiado.
Finalmente le pregunte al oficial sentado a mi lado que había pasado con mi perseguidor. El me miro fijo, sonrío con sus dientes amarillos por el cigarrillo y el café, y me dijo:
-Enseguida se lo muestro.

Me condujo hasta una camioneta, y me hizo echar un vistazo dentro de la parte trasera. Había moscas rondando y un par de muchachos del servicio de forenses se hallaban reclinados sobre una bolsa negra abierta de par en par.

Entonces reconocí los rasgos de sádico, y una desagradable sensación de nauseas casi incontenibles me produjo arcadas. El hombre de azul se río, como pensando en lo patética que se ve la gente común al ver un cadáver de verdad.
Hizo una seña a uno de los médicos, y este le alcanzó una libreta de anotaciones, no más grande que un cuaderno de hojas A4. Leyó con desdén las hojas manchadas con algo de sangre, y dijo en voz alta:
-Ese jovencito tuvo que matarlo para salvarla. El golpe fue exactamente en la nuca y le produjo muerte inmediata. Creo que usted debe estar más que agradecida.

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